domingo, 18 de enero de 2015

DE LA CIVILIZACIÓN DEL "GAMBARU", A "LA CULTURA DEL PELOTAZO". (Parte Segunda: Lo que se enseñaba en las ciudades).

A los nacidos en "mi tiempo" (los años sesenta): Por tanto como fueron fustigados con la aparición de las drogas en España y por cuanto se vieron anulados ante "la cultura del pelotazo".
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Este artículo viene de una primera parte que le precede y que trata sobre la infancia. Si no la conoce o bien desea llegar hasta ella, PULSE: http://recuerdosyanoranzas.blogspot.com.es/2015/01/de-la-civilizacion-del-gambaru-la.html
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SOBRE ESTAS LINEAS: Fotografía mía de 1972, con once años recién cumplidos y junto a un caimán disecado, que tenían los Sres. Schmith en Giengen (Brenz). Tenía por entonces esa edad en la que comienza la dichosa "adolescencia"; un camino sin retorno desde la niñez hacia la juventud, trás el cual -y cuando dejamos de ser jóvenes- nos damos cuenta de cuanto tiempo hemos perdido (pretendiendo ser quienes nunca seremos).
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ABAJO: Imagen mía en los días que cumplí dieciseis años (verano de 1977 , frente al palacio real de Bangkok). El tiempo que media entre esta fotografía y la anterior es tan solo de un lustro; pero se había obrado en mí el cambio desde un niño simpático, a un joven-pijo polivalente. Ello, no solo por el desarrollo natural de mi cuerpo, sino principalmente por los complejos e imbecilidades que el entorno introducía durante esos años en nuestras mentes. Ideas que se metían en los cerebros a modo de un corcho, cerrando y precintando por siempre las cabezas infantiles, hasta convertirlas en lo que querían hacer de nosotros. Sin dejar muchas opciones, ni modelos donde elegir; en mi caso, me incliné hacia el pijerío más supino. Pues la otra posibilidad consistía fundamentalmente en hacerse porrero, anarquista o "muy moderno". Evidentemente me equivoqué; pues si en lugar de optar por la música clásica y por vestir correctamente (tan solo admitiendo como vicios de consumo, el tabaco y el alcohol). Me hubiera apuntado a los porros y a las drogas, a tocar la guitarra de manera marginal o a montármelo con la música -preocupándome por ser famoso y sin interesarme la calidad o la honradez artística-. De seguro hubiera tenido un gran éxito.
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B) ADOLESCENCIA:
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Dicen que la adolescencia es esa etapa de la vida con tan poca esencia y sentido para el individuo, que de ello toma su nombre: Porque sucede cuando la persona "adolesce" de todo. Considerándose un tiempo quizás vacío y perdido; es en verdad el momento en que el carácter cristaliza. De un modo tal, que los traumas sin superar en esta época, fraguan comunmente en males sin posibilidad de cambio, arreglo, ni solución (para el resto de la vida). Un periodo en que las soledades y faltas de comprensión familiares, o las intolerancias paternas y la rebeldía del hijo; macera hasta hacerse tan densa como irreversible. Daños, luchas o problemas (entre padres y prole, o entre hermanos) que común y tristemente lleva al chico a hacer lo contrario de cuanto se le ordena. Debido a ello, la adolescencia ha sido el caldo de cultivo para que muchos de los más inteligentes (que a esas edades eran los más rebeldes) cayeran en las drogas, o realizaran otras barbaridades -en grupo, deportivas o automovilísticas y que les llegan a costar la vida.
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Pese a todo, la adolescencia no existió como concepto o como periodo definido de la vida, en otras etapas históricas. Tanto que con catorce o dieciséis años, ya habían creado sus más grandes obras muchos de los artistas de renombre (músicos, escritores o pintores de todos los tiempos). A la vez que, con esas edades, los niños de antaño se habían visto abocados a ser padres y madres; resolviendo la vida de sus hijos sin problemas ni miedos. Por cuanto podemos decir que antes del siglo XX, el púber ya se consideraba un jóven con plenitud de decisión; siendo el amor de adolescente tan respetado, como para ser llevado a los altares durante la Edad Media -o el Renacimiento-. Un paso de la infancia a la juventud (sin estado intermedio) que tristemente posibilitó que los chicos de doce años fueran explotados -trabajando en las minas o en las fábricas-, mientras a los dieciséis eran enviados a la guerra -tras un par de años de instrucción-. Aunque al acercarnos a La Ilustración y cuanto más nos aproximamos nuestro tiempo, veremos como se retrasa la capacidad legal para laborar, guerrerar, o tomar decisiones. Tanto, que a mediados del siglo XX, hasta los veintiún años del hombre -y algo más en la mujer- no se consideró que las gentes fueran mayores de edad.
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Siendo así, los dieciocho años de mayoría legal que marcó La Constitución del 78, fue una enorme modernización en la Nación; pues en la legislación anterior los hijos eran menores hasta cumplir los veintiuno -y las mujeres incluso hasta los veinticuatro-. Todo lo que fue aprovechado por muchos padres para exigir a su prole que llegase a casa siempre antes de las diez (hubiera fiesta, boda o banquete); o que no desobedecieran sus mandatos. Pudiendo soltar un sopapo a la primera de cambio al que se ponía en contra; a menos que el vástago a su cargo tuviera cumplida la mayoría de edad, o un medio de vida propio -capacidad para emanciparse-. Muy por el contrario no fue así durante etapas anteriores (como la Edad Media o el Renacimiento) y pese a lo que se piensa acerca de la emancipación paterna, personajes medievales como Calixto y Melibea (de La Celestina) o los Amantes de Teruel, tendrían menos de dieciseis años. Porque el respeto hacia un amor adolescente era en aquel tiempo absoluto, tanto que se consideraba un querer puro y verdadero; por todo lo que Fernando de Rojas desarrolla entorno a esa trama su tragicomedia. Un noviazgo de "dos adolescantes" que a día de hoy simplemente se definiría como "una fijación"; llegando a añadir que ambos enamorados, lo que tienen es "un gran pavo"... . Pues ningún padre en la actualidad consentiría que sus hijos pensaran a los dieciseis años, que se habían enamorado para siempre.
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De hecho, en nuestros días los noviazgos serios -en su mayor parte- se llevan a cabo después de los veinticinco años; edad en la que hace apenas tres de decenios la gran mayoría de las personas ya se habían casado. Todo lo cual hace que los contrayentes se unan hoy bajo un amor pensado, sopesado o meditado; y no bajo la pasión de la adolescencia. Evidentemente, la Sociedad también ha establecido fórmulas de divorcios y separaciones matrimoniales (contínuas y permanentes); entre otros motivos porque la esperanza de vida a aumentado casi al doble -desde los cuarenta años que vivían en el Medievo, a los ochenta que hoy se cumplen-. Porque siglos atrás, se casaban con la pasión de niños (sin otro acceso al sexo); pero es que la vida después de aquel matrimonio, no solía comprender más de dos decenios. Y como los hijos debían ser ya mayores antes de que muriera alguno de los padres; creron hasta la figura de los desposorios, que comunmente se celebraban años antes de la boda, para que "los desposados" pudieran convivir -tras la pubertad y con apenas los catorce-.
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SOBRE ESTAS LINEAS: Fotografía mía en 1974, en casa de mis padres y a los trece años de edad, saltando en la cama elástica ("elemento" que no sale en imagen). Poco antes, había comprendido que con condiciones y entrenando cuatro horas diarias -todos los días de la semana-, podía uno llegar en poco tiempo a situarse entre los mejores. Así lo hice y logré mantenerme entre los cuatro primeros de España durante casi un lustro; aunque hacia los dieciséis años me vi obligado a dejar de entrenar para poder centrarme en el estudio. Ya que en el colegio y por entonces, eso del deporte era visto como una carga -o una actividad inútil-; no habiendo tregua para quienes necesitábamos fechas de competición o de entrenamiento.

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ABAJO: Otra instantánea mía de aquel verano del 77, en ella vemos la transformación desde adolescente a joven; aunque lo que no se percibe es el hecho de que en este año me tuve que retirar del deporte de élite y dejar de entrenar. Ya que estaba obligado a ir tres días hasta el Canoe N.C. en la otra punta de Madrid, a más de saltar diariamente otras cuatro o cinco horas, ensayando en solitario. Tan pronto como dejé el deporte, las notas colegiales mejoraron enormemente, e incluso tuve muchísimo tiempo para dedicarme a la guitarra. Era por entonces cuando la gente me daba la enhorabuena por no perder el tiempo con aquella bobada de la cama elástica y el salto de trampolín; para dedicarme al estudio y a "cosas serias".
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Poco a poco me alejé del deporte (más por tristeza que por falta de disciplina) y muchos de los ratos libres que antes había utilizado para entrenar, los trasladé a estudiar música y guitarra -otra nueva bobada a juicio de los que me aconsejaban dedicarme a "cosas de provecho"-. Una gran mayoría de los que me rodeaban intentaron en esos años disuadirme de mi pasión por la música; pero la experiencia vivida con el salto y el trampolín me sirvió para no desistir, ni dejar de nuevo lo que me apasionaba. Pues sufrí enormemente al tener que alejarme del mundo deportivo; lleno de buenas costumbres, disciplina y de sentido de la responsabilidad. Pese a ello, en los ambientes cultos y académicos de los años setenta españoles, se consideraba al atleta como perteneciente a un mundillo marginal -cercano al del circo, o a la peor farándula-. Donde participaban gentes incapaces de estudiar, que no podían vivir más que de utilizar su cuerpo.
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Tanto era así, que multitud de personas mayores y de compañeros "intelectualoides", nos indicaban que dedicarse al deporte era ser "un individuo primario"; sin preocupaciones verdaderas y sin sentido de la responsabolidad social. Pues por entonces lo que importaba era la política y "la movida". De ello, los deportistas éramos para los que se consideraban cultos, como un eslabón perdido hacia el mono; tanto que el individuo endeble y fumador o el que jamás hacía ejercicio, se tenía por el prototipo de hombre de letras y de ciencia (siendo sospechoso de bruto aquel que lucía buenas hechuras y musculatura). Una identificación entre incultura y ejercicio que nos obligaba a integrarnos en grupos de fumadores y bebedores, si deseábamos tener las mínimas pretensiones intelectuales. Puesto que los atletas éramos catalogados de cuasi-primates por estos que se consideraban modernísimos y muy "leidos"; quienes vilipendiaban el deporte mientras presumían de leidos -fumando y bebiendo por doquier, luciendo enormes gafas sobre largos gabanes-.
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1) Mi despertar en Oviedo:
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Hasta que mis padres me enviaron a Asturias -durante unas vacaciones de Semana Santa-, nunca pude suponer que yo despertaba interés alguno entre las niñas de mi edad. Ello debió ocurrir hacia 1974, cuando tenía unos trece años y se produjo al llegar a casa de mis primos de Oviedo. Allí vi de primera mano -y nunca mejor dicho- que las chicas se acercaban a mí, pese a mi tremenda timidez e ignorancia en "el género". Comenzando desde entonces una nueva etapa en la vida, hasta ese momento tan desconocida, como poco imaginada. Siendo así, hubo un momento en el que me enteré de que yo "ligaba" (como se decía por entonces) y ello fue como el que se da cuenta de que tiene un décimo de lotería premiado, sin cobrar... . Y si de lotería hablamos, resultó que por ir de "lote" en "lote", muy pronto fui devuelto a Madrid; explicando a mis padres que mi convivencia por tierras asturianas era inaceptable. Pues dijeron que me comportaba como "el vampiro de Nueva York"; habiéndoles faltado por contar que mordía en la yugular, dejando sin sangre en el cuerpo a las niñas ovetenses que caían en mis manos... .
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Regresé así a Madrid, con el complejo de "pirulero" que era como se llamaba por entonces a los niños un tanto salidos; y aún sin ser verdad nada de lo que narraban sobre mí, tuve que cargar con el sambenito de "cerdo oficial" -pues mis andanzas por tierras de Don Pelayo fueron más que publicitadas, exageradas; pese a haber sido meros intentos-.Una denominación de origen que dificultaba sobremanera la posibilidad de ligar en la capital, ya que le podían señalar a uno con el dedo diciendo:
-"¿Ves a aquel con cara de buenecito...?. Pues ten cuidado con tu hermana, que ese está más caliente que las pistolas de El Coyote disparando con pólvora barata"-.
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Cuanto expreso podrá parecer al lector un problema baladí o un caso sin transcendencia; pero no era así, porque llevar el cartel de "pirulero" era por aquel entonces como ser hoy considerado un enfermo ("de allí", pero enfermo). Así que esa triste reputación lograda durante una fallida Semana Santa asturiana, mermó muchísimo mis posibilidades de éxito con las chicas (al menos durante un tiempo). Pero al fin tuve la fortuna de que todo -antes o después- se olvida; y en mi casa dejaron de tratarme como al estrangulador de Boston, mencionando cada vez que entraba una niña que tuviese cuidado conmigo (habida cuenta que yo estaba más salido que el pico de una plancha). Por cuanto olvidado el caso, regresé a mi estado natural de búsqueda, hasta que una infeliz volvió a picar. Esta vez era yo algo mayor -cercano a los dieciseis- y me propuse que nadie me iba a coaccionar, tratando de nuevo a las mujeres como se merecían: Con todo el respeto y cariño que necesitaban... .
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Siendo así y para impresionar a la nueva infeliz que me miraba por las tardes, decidí enviarle "una gruesa" de rosas -dado a que en mis ratos libres de trampolín en piscina hacíamos apue
stas sobre saltos, ganando a veces bastante dinero al superar las figuras que nos pedían-. Por lo que habiéndome enterado entonces de que "una gruesa" era una docena de docenas... . Ni corto ni perezoso envié a aquella a quien aspiraba conquistar, este número de flores. Pero con tal infortunio que olvidé pensar si habría suficientes floreros en casa de sus padres para contener los ciento cuarenta y cuatro "capullos", ordenados en doce ramos. Por lo que al tener tan solo tres o cuatro jarrones, las flores y esparragueras (en su mayor parte) pasaron a flotar por las bañeras de su domicilio -luciendo muchas otras en las cacerolas culinarias-. Siendo así, y tras aquel envío, parece ser que los padres de "la interferca" concluyeron que yo debía ser: O bien un exagerado, o más seguro un fanfarrón. Un cariño y respeto hacía mí que pronto se hizo recíproco, considerándolos yo desde aquel momento, unos "siesos" -parte esta que como todos los andaluces saben, es precisamente lo mejor cuando uno se siente muy "recto"-.
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SOBRE ESTAS LINEAS: En el año 1977, volví a intentar ligar tras haber sido obligado a un largo periodo de reflexión; habida cuenta mis andanzas por Oviedo. Ya que fuí cuasi expulsado de la sociedad Asturiana acusado de comportarme como el "Vampiro de Nueva York", atacando a toda niña que se me acercaba... . Siendo todo ello calumnias nacidas de la envidia de mis coetáneos, a los que quité alguna novieta nada más llegar a la capital del Principado -quienes me acusaron de lo que hoy se catalogaría tan solo como "competencia ilícita"-. Ello había sucedido tres años antes y con tan solo unos trece, por lo que aquellos delitos de los me acusaron eran fundamentalmente "arrimarme mucho" en el baile, intentando palpar por zonas traseras. Falsas acusaciones que me valieron el cartelito de "niño pirulero" y que me obligaron a tomar medidas para no volver a sufrir tal escarnio (alejándome de las chicas). Finalmente, tres años después me atreví de nuevo a intentar conquistar fémina; aunque esta vez le caí yo peor a su madre, que una ración de arrugas -y a su padre le hice menos gracia, que una inspección de Hacienda- . Todo un desastre... . En la imagen sobre este párrafo, fotografía mía en verano de 1978 (un tiempo en que me lancé de nuevo a la conquista); al fondo aparezco saliendo del barco Gulistán, en el que vivíamos durante nuestra estancia en Sirinagar (Cachemira).

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ABAJO: En 1978 en el lago de Sirinagar (Cachemira) donde fuimos de viaje de fin de carrera con la promoción de arquitectura de mi hermano Mario. A mi lado -en la fotografía-, un entonces jovencísimo arquitecto titulado unos años antes y ya profesor de la Escuela de Madrid (COAM) que viajaba con nosotros. Se trata de Paco Partearroyo (Francisco Rodriguez Partearroyo), quien decenios después fue famoso por proyectos como la reforma del Teatro Real e infinidad de intervenciones y restauraciones en edificios de Patrimonio.

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2) Los años de colegio:
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Cuesta recordar cómo durante mi plan de estudios, no se aprendía casi nada desde los diez a los catorce años (al menos en mi época). Conteniendo esos cursos clases tan anodinas como insípidas, e impartiendo los profesores, aquellas materias por entonces tan novedosas que nos impusieron en la primera EGB de la Historia -inventada por un ministro llamado Villar Palasí-. Donde las matemáticas no había quien las entendiera, porque anteriormente se habían dedicado a explicarnos esa mamarrachada teórica de Los Conjuntos. O cuando la Historia se pretendía explicar mezclada con ideologías; cambiando todo de "color", durante años en los que hasta las capitales se movían tanto como los precios. Así que -entre bobadas y "modernidades"-, obligaron al profesorado a impartir una docencia irregular e inculta; en la que era muy importante llamar a la geografía "ciencias sociales", a la gimnasia "educación física", o a la religión "estudio de la moral cristiana". Por lo que aburridos y anómicos, llegamos a completar una primera EGB histórica, que más bien parecía titulación hacia la horterada general. Graduación que culminaba en un "Octavo", con el tremendo error de haber quitado la reválida y su "Cuarto"; siendo el nuevo sistema un coladero que permitía a cualquiera acceder al BUP.
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Poco después nos dimos cuenta de por qué las asignaturas hasta nuestros catorce años habían sido tan grotescas como anodinas, pues al "plan" le sobraba un curso; ya que gracias el tal Villar Palasí, estábamos obligados a permanecer estudiando otro año en el colegio. Ello supuso que la EGB fuera un desastre sin diseñar, mientras en los cuatro siguientes años (BUP y COU) nos metieron de todo -casi por entero, el repertorio de ciencias y letras, del sistema anterior-. Aunque fue entonces, y desde los quince, cuando entramos en contacto con el humanismo por primera vez -completando lo que fue en mi caso una buena formación-. Porque como siempre he dicho, el maestro es fundamental en la vida; pues fuí músico y compositor gracias a la paciencia y al amor que me inculcó hacia la guitarra mi preceptor musical (Posadas). Tanto como en el deporte logré y conseguí casi todo, gracias a los ánimos y a la guía de Fernando Bácher -mi entrenador-.
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Aunque en el campo de las humanidades, la preparación la debo circunstancialmente a dos profesores de literatura que tuve en el colegio: El primero se llamó Demetrio Estébanez Calderón y la segunda Alicia Bleiberg; ambos docentes entre mis años de BUP y COU, quienes me inculcaron una tremenda y sólida formación literaria. Con el primero conocí las letras -del Medievo al Renacimiento- y entré en contacto pleno con los dos Siglos de Oro españoles (el de de Felipe IV y el del Regeneracionismo). Mientras la segunda -Alicia Bleiberg- procuró enseñarnos con enorme rigor todo acerca de movimientos como el barroco o el romanticismo literario; seguido de las dos grandes generaciones (la del 98 y el 27), para terminar estudiando a los maestros de medio siglo XX (Cela, Celaya, Goitisolo o Blas de Otero...). Habiendo logrado ese plan que obligaba una educación literaria esmerada, generar un poso que creo puede notarse en quienes tienen mi edad. Para los que Baroja, Machado, Unamuno o García Lorca; son referente claro no solo de un arte, sino fundamentalmente de una filosofía.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Diversas imágenes de la Casa Museo Antonio Machado, en Segovia (agradecemos a este centro, dependiente de la Academia de San Quirce, nos permita divulgar nuestras imágenes). En primer término -arriba-, la entrada de la que fue Pensión de Luisa Torrego, donde habitó el poeta hasta 1932 -a la izquierda de esta, imagen un busto de Machado por Pedro Barral-. Bajo estos párrafos, la humilde alcoba donde residió y escribió aquel príncipe de las letras -conservada casi en el mismo estado en que la vivió-. Finalmente -debajo-, la cocina donde doña Luisa (la patrona) preparaba los guisos y comidas que Machado pudo compartir con sus compañeros de pensión.
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Como narro, tras cumplir los quince años, comenzamos a recibir en el colegio una formación sólida, en la que nos enseñaron a respetar a figuras como Machado y Unamuno -considerándolos padres de las letras y de la filosofía modena hispana-. Pero hasta entonces, los nuevos ensayos de planes de enseñanza, habían dado al traste con nuestra educación. Tanto que hasta los catorce años puede decirse que vivíamos en un "mundo asilvestrado" donde debido al aburrimiento de la EGB y a lo extraño de su experimental docencia, no parábamos de hacer gamberradas (algunas de las que también recojo, por el interés etnográfico que puedan despertar). 

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Tal como digo, en BUP y COU nos dieron clase y lecciones; a diferencia de los años anteriores, que habían sido un verdadero rollo patatero donde la asistencia al colegio se hacía insoportable sin gamberradas a diario. Por lo que sobre los quince años -increiblemente- dejamos de hacer las acostumbradas picias. Actividades entre las que destacaban los boquetes en las paredes, cincelados a bolígrafo (para salir figuradamente de la cárcel); o la fundación de diversas agrupaciones tribales. Habiendo sido una de las más ilustres "la Peña el Chéspir"; que se reunía en las filas traseras del aula, durante las horas de docencia en lengua inglesa.
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Recuerdo que uno de los integrantes de aquel club de los políglotas (El Chéspir) era nuestro amigo Papi. Un compañero así llamado porque sabía imitar la firma de cualquiera de nuestros padres a la perfección; siendo capaz de signar las notas sin que los progenitores se dieran cuenta de que esa rúbrica no era de su puño. Un entrañable colega, a quien la última vez que vi, me comentó que trabajaba en un banco... -se me olvidó preguntar si lo hacía en la sección grafológica-. Cariñoso y eficaz como nadie, este Papi te sacaba del apuro por medio de su arte; aunque él mismo no se atrevía a "retocarse" las notas, habida la fama que tenía en su propia casa. De tal modo, cuando las cosas le iban mal (especialmente en inglés) se sentaba en el alfeizar de la ventana y pedía a gritos que le subieran un punto -haciendo el ademán de tirarse desde allí, afirmando entre llantos que su padre le había amenazado con colocarle a plantar patatas, si suspendía-. Aquella escena, a nadie daba pena (sino todo lo contrario) provocando a todos un ataque de risa, viéndole colgado de la ventana suplicando un aprobado. Mientras, el pobre gordito que nos daba clase en la "lengua del Chespir", no podía parar de reir y de llorar... Soltando carcajadas ante la salvajada que hacía aquel chaval profiriendo alaridos y con medio cuerpo fuera del edificio; aunque llorando al pensar lo que le sucedería si Papi se caía tres pisos abajo.
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Estas y otras escenas fueron las más frecuentes en la EGB, ya que el aburrimiento invadía las aulas; tanto que a comienzo del curso, lo más común era escondernos sigilosamente y a toda prisa en las terrazas. Lo que hacíamos cuando el profesor se daba la vuelta para escribir en la pizarra; por ver la cara que se le ponía cuando al girarse otra vez, encontraba los pupitres vacíos. Después, nos negábamos a salir los veintitantos que habíamos quedado encajados en aquella terraza (de unos dos metros cuadrados) y donde ningún profesor entendía como podían entrar allí tantos cuerpos -unos encima de otros y sin caerse unos cuantos a la calle-.
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Siendo el más común de los ritos iniciáticos la llamada "mesa de operaciones" que se realizaba entre las horas de clase. Consistiendo aquello en tomar al primer despistado que pillaban y ponerlo sobre la mesa del profesor. Allí, tumbado y bien sujeto, todos los presentes le daban cuantos guantazos y collejas pudieran, intentando caparle (es decir, cebándose en la zona de los "cataplines" que el ínclito se tapaba como podía). Finalizado el rito y una vez asistido -tras haber sido "bien operado" el individuo-, este era soltado y si se tomaba a mal la broma, ya no se integraba nunca en el grupo. Pues aunque normalmente se capturaba para "las operaciones" a un alumno de de otras aulas -que despistado se adentraba o paseaba por el pasillo-. Era normal y natural que todos los de la clase (antes o después) pasáramos por la referida "mesa-quirófano", sin poder guardar rencor alguno al "equipo quirúrgico" que nos había atendido.
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Pero un día llegamos al bachiller (BUP) y las gamberradas cesaron, quizá porque clases se hicieron interesantes, abandonando así la mayoría de las costumbres tribales referidas. Para colmo, en ese tiempo nos juntaron a los chicos y las chicas; con lo cual las aulas perdieron todo el saborcillo a taberna -o a billares de barrio...- . Pese a todo, tuvimos una de las grandes suertes -que en otras ocasiones he comentado- porque algunos de nuestros más destacados profesores de ese momento provenían del Colegio Estudio. Un centro también en situado en Aravaca, que pervivía como descendiente directo de la Institución Libre de Enseñanza. Con ello, muchos de los más importantes docentes se habían "infiltrado" en nuestro sistema, sin que quizás se supiera bien que nos estaban impartiendo una enseñanza plenamente regeneracionista. Todo lo cual permitía darnos unos cimientos humanísticos sin parangón, intentando generar en nosotros unos principios patrióticos y liberales semejantes a los de Joaquín Costa, Ganivet, Machado o Unamuno. Evidentemente, al ser mi familia krausista (por ambos lados), pronto pude adaptarme y comprender la importancia de lo que nos pretendían inculcar; aunque no sin echar de menos las gamberradas de años anteriores -como "la mesa de operaciones" o al Papi subido al alfeizar y colgado de la ventana, para pedir un aprobado en inglés-.
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ARRIBA: Agosto de 1979, en la Universidad de Heidelberg, junto con el grupo de españoles que estudiábamos el Curso de Verano -se me llega a distinguir detrás, de jersey verde y cantando en la fiesta de cierre del referido curso-. Nunca pensé que iba a tener tanto éxito con mi guitarra, pero al llegar a Alemania se me abrieron todas las puertas, dando conciertos en celebraciones y reuniones por doquier. Digo que jamás creí que pudiera tener tal suceso pues en España, por aquel entonces, ponerse a tocar la guitarra en una fiesta era motivo de mofa o de extrañeza (no digamos ya lo que podían decirte por interpretar durante una reunión de jóvenes: Soleares, flamenco antiguo o música clásica...).
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Este de 1979 fue el curso en el que habíamos salido del colegio e ingresado en la Universidad Complutense, donde entrábamos con gran ilusión y cumpliendo los dieciocho años . Aunque tristemente aquella ilusión se fue disipando pronto al ver el ambiente tan problemático existente por entonces en las universidades de Madrid. En el último epígrafe del artículo me refiero a la difícil etapa que se vivía en la Universidad durante esta época. Unos problemas que vimos nada más ingresar, pues ya nuestro primer Parcial fue aplazado (o anulado), habida cuenta que días antes habían matado a un estudiante y malherido a varios, en enfrentamientos con las autoridades. 

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BAJO ESTAS LINEAS: Ficha mía que encontré de ingreso en el tercer curso de Derecho en el año 1981. Tristemente por aquel entonces la Universidad estaba llena de problemas políticos; tanto que durante el curso 79-80 había asambleas y cargas policiales a diario. Por lo demás, quienes íbamos tan solo a estudiar -o a intentar aprobar la carrera-, sin desear meternos en política, éramos vistos como unos bichos raros; ya que la gran mayoría de alumnos y profesores estaban más atentos de movilizaciones y movidas políticas, que de los acontecimientos académicos. Siendo aquella Universidad de fines de los años setenta un verdadero hervidero de movimientos sociales y de conflictos con las autoridades; atendiendo casi todos a las manifestaciones o a los choques que preparaban con la policía. Debido a ello, los alumnos que entramos después del año 78 (cuando ya la Constitución se había aprobado) andábamos como perdidos y sin rumbo. Porque a nosotros muy poco -o nada- nos importaba ya la política; una actitud que no era comprendida ni compartida por los profesores y el resto de compañeros mayores, quienes durante años habían vivido una Universidad plenamente politizada y casi en estado de lucha. 
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C) JUVENTUD:
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3) Discotecas y Universidades en los años de La Movida:
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Era el COU aquel puente entre el universitario y el colegial; tanto, que se permitía no ir de uniforme a los que estaban en ese último curso -al menos en mi centro-. Pero aquel año que parecía lleno de misterio, comenzaba ya teniendo algo de "degradante"; porque vestir de paisano no solo diferenciaba tremendamente a todos; sino que a su vez, te identificaba con idearios políticos. De tal manera, aquellos que ibamos de corbata o hechos unos pijos, ya sabían todos que éramos de derechas; mientras quienes vestían a modo izquierdoso (con botas, jerseys de punto y de manera descuidada), igualmente se vieron "catalogados" en su ideología -fueran hombres o mujeres-.
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Aunque lo peor de aquellos años apareció pronto y se llamaba la droga. Porros o lo que fuera, que algunos alumnos llegaban a consumir en el colegio (en los baños y en el recreo), pareciéndoles a muchos interesantísima aquella "modernidad". Tanto que cuando uno se negaba a tomar "aquello", era tachado de retrógrado, de pijo, y sobre todo de gilipollas. Si además se les mencionaba el mal que las drogas hacían, ya te ponían el cartelito de idiota o anticuado. Y si finalmente, se intentaba que algún buen amigo no tomase "esa mierda" (al ver como se degradaban tras ingerirla); lo normal era perder al compañero y a cuantos le rodeaban. Pues los consumidores de "aquello" se iban organizando en clanes: Unos para abastecerse, otros para animarse a "meterse" diferentes tipos de marranadas; y los más, para hacer uso de ellas en grupo.
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Otra de las malas costumbres que por entonces surgieron, fue la de ir a las discotecas todos los fines de semana; lo que obligaba a un ocio pasivo en el que no se hablaba, ni se cantaba, y donde nadie se comunicaba realmente. Pudiendo resultar muy divertidas aquellas "boites" para visitarlas un día, no eran ni recomendables como sistema diversión común para los jóvenes, durante casi todas sus tardes libres -del viernes al domingo-. Ya que realmente fomentaban un modo de entretenerse absolutamente pasivo, en el que la gente simplemente "se miraba" o bailaba al son del "chunda-chunda" (sin precisar siquiera hablar para "contactar"). Debido a lo que considero nació una generación de "pasotas intelectuales", quienes sin participar sus sensaciones -ni impresiones-; simplemente se entretenían meneando el esqueleto, emborrachándose o consumiendo otras sustancias, al ritmo del "chunda-chunda". No necesitando para divertirse desarrollar una actividad cerebral, ni menos imaginación; pues la dicoteca se lo daba todo hecho y enlatado (como sucede en un parque de atracciones, donde no hay que pensar más que en subirse a una nueva máquina ).
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Muy distintos a estos jóvenes de mi generación (a mediados de los setenta) fueron los chicos de las anteriores; quienes tuvieron como costumbre hacer fiestecillas -en sus casas o colegios mayores-; ir al campo a tomar vinos, o reunirse disfrutando del picnic. Divirtiéndose en lo que se llamaban guateques, que eran las clásicas celebraciones donde quedaban para bailar y cantar. Reuniones que comunmente se hacían con unos tocadiscos nefastos, por lo que sobre todo prevalecía la música interpretada con sus propias voces y guitarras. Lo que obligaba a un ocio activo, tanto como a la necesidad de que aprendieran a tocar instrumentos y conocer las canciones. Ello, en unos guateques que por lo común terminaban en charlas y disertaciones intelectuales -de economía, política y hasta de filosofía-; que en nada se parecían a la salida de las discotecas en los años setenta (donde los chavales iban con unos cebollones, que no se acordaban ni de su nombre).
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Evidentemente, en cuanto narro influyó enormemente la aparición por aquel entonces de los equipos de Alta Fidelidad. Tocadiscos de una gran potencia en decibelios y que podían llegar a sustituir todo canto y todo instrumento musical. Aparatos que se extendieron por los domicilios y que en lugar de educar hacia una música de calidad; en la mayoría de los casos terminaron sirviendo como "artista único" de la casa. Convirtiéndose pronto en centro y motivo de las fiestas; en las que ponían a todo volumen lo más marchoso, para que los presentes se dedicaran a hacer lo que en la Edad de Piedra ya se conocía como una actividad de ocio: Saltar y menearse, al ritmo del "chunda-chunda".
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De tal modo, esos equipos HiFi, junto con la costumbre de ir continuamente a las "boites"; provocó la aparición y profusión del Rock discotequero, que a fines de los años setenta acabó con otros movimientos musicales anteriores. Refiriéndome a estilos modernos de una gran calidad, pues fue por entonces cuando quedan en el olvido formas como el Rock nacido del Gospell, el Pop auténtico, los cantautores comprometidos o el Folk verdadero. Erradicando este dominio electrónico del sonido, la gran calidad armónica y melódica que había tenido la música llamada moderna -hasta ese momento-. Una enorme creatividad y nivel artístico de los estilos que emergieron desde los años cuarenta (con Los Platers, Elvis o Little Richard); para culminar hacia fines de los sesenta en artistas con la talla de: Simon y Garfunkel, Joan Baez, Pieter Paul and Mary, Moustaki, Bob Dylan, Cat Stevens, Leonard Cohen... Y un larguísimo etecétera de genios, que han creado un periodo histórico musical, pleno de maravillosas melodías (etapa que finalizó precisamente cuando aparecen los equipos de la Alta Fidelidad en las casas, escuchándose desde entonces principalmente el "chunda-chunda bailongo").
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: Dos fotografías de mi llegada a Japón tras casarme (en 1991). Arriba, tomando imágenes en los arroyos de las cercanías de Nikko; y abajo junto a mi suegro y su consuegro (el Sr. Ishizeki) en el camino hacia esta ciudad antigua japonesa. Al convivir con los japoneses, me llamó la atención sobremanera observar como no había ruptura generacional. Compartiendo su ocio todavía unidos, los padres y los hijos -viejos y jóvenes-, sin diferenciarse, ni necesitar espacios muy distintos para divertirse. Por lo demás, en el Japón de aquella época no existían las discotecas -al menos casi nadie las frecuentaba- y la música que comunmente se escuchaba era de una altísima calidad (tanto clásica como moderna). Pudiendo disfrutarse en los altavoces de un centro comercial -o en un simple ascensor-, de las melodías de Bach o de Manuel de Falla, tanto como oir a Simon and Garfukel y a Joan Baez.
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Siendo la estética y la cultura musical de los japoneses elevadísima hace treinta años, hoy no podría ya decir lo mismo; pues el mal gusto y el gamberrismo también ha invadido las ondas y las frecuencias nipponas. Prodigándose allí -igual que en Occidente-, conjuntillos de chicos que tan solo hacen ruido; niños que creen haber inventado la cuadratura del círculo acústico, por saber dar dos acordes seguidos junto a tres berridos... . En todo ello, ha debido jugar una importantísima función el poco criterio de la generación que no ha necesitado tocar instrumento alguno, para disfrutar de la música. Porque con la aparición de los aparatos de Alta Fidelidad ya no hizo falta ir a conciertos, ni menos tener músicos cercanos, para escucharla. Muy por el contrario y hasta mediados los años setenta, cualquiera que deseara oir una melodía (en ciertas condiciones de calidad), debía tocarla o bien acudir a quien la interpretase en directo. Por lo que en mi opinión, esa facildad de adquirir aparatos y sonido HiFi, junto a la proliferación de la música barata; ha ido deformando el oido de una generación que prácticamente consume "sonido enlatado". Sin poder entender esos jóvenes ya nada ajeno a este mundo del "fast art"; que como el fast-food deforma el gusto, pero sobre todo machaca las constantes vitales -o espirituales-. 

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4) Los hijos de la Alta Fidelidad:
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Dicen los sabios que todo adelanto supone un gran retroceso; y como bien indico, la aparición de los llamados "tocadiscos HiFi" acabaron con parte de un arte. Tanto, que las consecuencias del disco de vinilo (y el CD) en la música, pueden compararse con lo que la fotografía a color produjo sobre la pintura -o lo que el Video y la Televisión hicieron en el Cine-. Provocando una degradación del arte, creando "cultura barata" en búsqueda de algo que se justificaba como negocio, pero que ya no tiene sentido, ni menos calidad. Algo que no se produjo a fines del XIX, con las fotos sin color, ni con el sonido fonográfico (las grabaciones malas). Puesto que la instantánea en blanco y negro no había dañado la pintura, sino más bien ayudó a crear nuevos estilos, diferenciando bien la función del retratista y la de un verdadero artista. Tal como había sucedido con las grabaciones gramofónicas o de baja calidad anteriores a los años setenta. Ayudando a dar a conocer la música a todos; aunque sus melodías tan solo se oían con buena fidelidad en los cines (lo que fomentaba un negocio perfectamente estructurado). Por lo que como esos discos de baquelita distaban mucho de un sonido natural y auténtico; todo obligaba un público que debía asistir a conciertos o a salas de proyección -para a escucharla en directo o con calidad-.
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Pero cuando en los años setenta se perfeccionó el vinilo y los reproductores de Alta Fidelidad se pusieron al alcance de casi todos; increibleménte la buena música -moderna y clásica- comenzó su "calvario" y entró decadencia. Todos pensábamos lo contrario al ver por vez primera uno de esos equipos de HiFi, considerando que divulgarían la cultura; pero no fue así. Siquiera ocurrió entre los amantes de la música clásica; porque "esos llamados cultos", gracias a los nuevos tocadiscos, se habían acostumbrado a escuchar a los grandes maestros en disco, perdiendo ya el interés por asistir a los conciertos. Además, comparaban a cualquier músico en directo, con el sonido del mejor de los intérpretes en grabación retocadísima... . Tanto fue así, que recuerdo como a comienzos de los años ochenta llegué a enfadarme con un espectador, quien en un concierto de Fernando Hípola, comentó en el intermedio que la interpretación de Bach escuchada no tenía parangón con la de John Williams. Evidentemente, le pregunté si había escuchado a Williams en directo (y a los veinte años -la edad de Hípola-). Respondiéndome "el enterado", que tenía el disco de las obras completas de Bach, por John Williams y que con ello bastaba para saber cómo se tocaba bien... . Todo lo que suponía que el público comparaba la grabación de un genio, con cualquier concierto de un candidato a gran intérprete que iniciaba su carrera; haciendo así imposible fraguar, ni nacer nuevos valores.
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Lo sucedido por entonces con la música llamada moderna fue algo semejante, pues se comenzó a divulgar este arte como un simple negocio y su firmamento estelar se pobló de gamberros. Pasando así de unos intérpretes con la calidad que tuvieron el Pop, el Rock y el Folk, durante los años cincuenta y sesenta; a la proliferación de los "chunda-chunda" usados en las discotecas de los años ochenta. Terminando por hacerse tan solo dos tipos de música: La teatral (cercana al circo o al mundo del espectáculo) y la agamberrada (sin ritmo, melodía ni sentido; cuya función era la de "saltarla" para "colocarse"). Todo lo que en principio pudo parecer muy divertido a quienes nos precedían y fomentaban esa musica moderna rockera y cañera (la generación anterior; de los que hoy tienen unos setenta años). Aunque aquello en verdad promovió y divulgó las drogas de manera virulenta; causando casi la desaparición de una generación: La mía, que fue auténticamente fustigada (por no decir arrasada, en muchos casos), con este mal que ha causado tanta muerte y dolor como alguna de las peores guerras.
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SOBRE ESTAS LINEAS: Fotografía de mi suegro y mi mujer, junto a una prima nuestra (hace ya muchos años). Fueron mi suegro y mi mujer quienes me enseñaron los valores de la Sociedad del "Gambaru", basada en la perseverancia y en el estudio -sin esperar más satisfacción que la propia y sin necesitar aplauso alguno-. Siendo así, los japoneses entendieron perfectamente que yo me dedicara al menos cinco horas al día a ensayar y estudiar mi guitarra; en muchas ocasiones sin recibir nada a cambio, y sobre todo, sin pensar más que en la superación de mí mismo. Valorando enormemente que hiciera algo que no tenía una remuneración justa, ni el mérito real reconocido socialmente (sin atender a lo que el público me pedía). Este modo de pensar, trabajando a diario, sin descanso y sin dudar de uno mismo; con perseverancia e ilusión, sin necesitar el éxito, ni del reconocimiento; es lo que se denomina en Japón: El Gambaru. El ánimo y la perseverancia, algo que se valora como una joya del individuo, quien a diario va educando y puliendo su espíritu, tan solo para lograr superarse. Considerándose uno de los grandes ejemplos a seguir al que trabaja con Gambaru y denostando a todo aquel que tan solo busca el éxito o el aplauso (tan valorados tristemente en Occidente).
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ABAJO: Hoja de publicidad publicada en prensa anunciándome, cuando recién llegado a Japón tocaba a diario en locales -durante horas seguidas-. Esta necesidad de ponerme frente al público e interpretar dos horas diarias obras a guitarra (siete días a la semana) me fortaleció tremendamente las manos, pero sobre todo el espíritu. Por lo demás, los asistentes, pese a ver que aquello no era una sala de conciertos, no solo respetaban doblemente mi trabajo, sino que valoraban el espíritu de ánimo que les transmitía. Comprendían perfectamente mi situación de Gambaru durante las horas en las que tocando la guitarra frente a ellos; les mostraba -sin complejos- tan solo el deseo de llevar a cabo un arte de calidad (sin preocuparme dónde lo hacía, ni cuanto me pagaban). 

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. 5) La Sociedad del "Gambaru" y "la cultura del pelotazo":
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Como bien decía, para todo amante de la cultura (y en especial de la música clásica) el final de los años ochenta y la llegada de los noventa fueron un desastre. Pues si la movida había tenido algún suceso en sus comienzos; al inicio de los años noventa, toda esperanza de brillo o lucidez se iba apagando -a la par que finalizaba el siglo-. De tal modo y con tanta erosión intelectual, que los escritores de renombre se fueron muriendo, sin capacidad ni deseo social de sustituirlos. Igual que sucedió con los músicos, cuyos últimos "dinosaurios" del clásico desaparecen trás el fallecimiento de genios como el Maestro Rodrigo, Segovia, Yepes, Sainz de la Maza -y otros tantos, ya casi olvidados-. Tal fue el caos, que podemos decir como desde ese momento España queda descabezada (intelectual o artísticamente hablando) y sin rumbo; trás siglos poblando el Mundo del mejor arte y de los más grandes artistas. Pero fue durante los años noventa cuando la mayor parte nuestra juventud tan solo se preocupaba por promover una generación de deportistas; como si eso que llaman "marca España" pudiera sustituir a la "cultura hispana". Considerando tan importante las competiciones futbolísticas y las deportivas, como los eventos culturales. Creyendo incluso que es el fútbol, sus victorias y hazañas; podrían compararse con lo que dejaron en nuestra Nación artistas como: Picasso, Dalí, Gaudí o Juan Gris. Siendo tal el descerebramiento de entonces que se llegaba a escuchar como los grandes deportistas podían igualarse en importancia (social e historica), a personalidades como Andrés Segovia, Paco de Lucía o a Joaquín Rodrigo... .
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Una filosofía y forma de pensar seguramente surgida de los años ochenta, donde nació la "cultura del pelotazo", en la que lo más importante era el éxito - es decir "montárselo"; como por entonces se decía-. No hablándose de otra cosa por entonces más de aquellos que habían "pegado el pelotazo" o "se lo habían montado". Siendo estos los modelos sociales a seguir en los ochenta y los noventa; tanto que por entonces, casi todos tan solo buscaban el éxito. Y aquel que "no se lo montó", "no estaba la pomada" y "no dió el pelotazo"; era tenido por un idiota. Ni que decir tiene que en el ejercicio de esa búsqueda del éxito, la moral o la profesionalidad no contaba para nada. Por lo que en el terreno del arte, los músicos clásicos pasaron a incluirse entre "los casposos", los de flamenco a clasificarse como "gitanillos de poca monta" y los de folk o del pop, como anticuados. Siendo lo mejor convertirse en un "cañero" y salir al escenario a montárselo. Aunque para eso solo hiciera falta en la mayoría de los casos: No saber nada de música, carecer de buen gusto y -sobre todo-, no tener vergüenza ni formación.
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Por su parte, en lo que respecta al público musical, el terreno estaba perfectamente preparado para "montárselo"; pues como decíamos, uno de los grandes problemas de la Alta Fidelidad fue que desde su aparición, la gente prácticamente dejó de tocar instrumentos musicales. Pues si antes de los reproductores en HiFi, casi todos (en casa) sabían acompañar con la guitarra, hacer sus pinitos en el piano o bien cantar. Desde que la música se pudo escuchar simplemente apretando un botón, casi nadie la estudió; con lo que el nivel de conocimientos generalizados y de preparación -en esta disciplina-, bajó de manera fulminante. Hasta el punto de que hace no tanto podía lograrse que un niño aguantase escuchando un concierto entero, algo que a día de hoy resulta ya imposible.
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Pero no solo ello sucedió, sino lo peor fue ver como los decibelios y el volumen altísimo les iba degenerado el oido; hasta el punto de que aquellos que escuchaban esos ruidos se convertían en incapaces de entender nada armónico -tal como sucede al que se alimenta de chuches, que no puede ingerir una comida equilibrada y bien hecha-. Un mal que se fue extendiendo y que llegó a invadir toda esfera musical. Tanto que a día de hoy -en Japón o en España- en los supermercados, tiendas y hasta en el hilo musical de un dentista; se pueden oir sonidos antaño tenidos por estilos absolutamente marginales (ruidos cacofónicos, estridentes e inaguantables). Siendo imposible rogar al dependiente, o al dueño del local donde compramos; que por favor nos baje un poco el altavoz, porque el "esa gamberrada chirriante" nos destroza el oido -ya que te mirarán muy mal... Como a un dictador o a un elitista-.
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Argumentando que quienes escuchamos en esa radio, son los que en estos días han dado los mejores conciertos, vendiendo miles de copias (tal como hasta los telediarios enseñan). Todo ello, suponiendo que un concierto es algo que se puede realizar simplemente golpeando una batería "sin ton ni són"; pegando baquetazos a platillos (sin ritmo ni destreza) y haciendo sonar una guitarra eléctrica a modo de una radial -cortando grimosas láminas de acero-. Porque tristemente "eso" tan estridente y estresante, es un "concierto" a día de hoy; al cual acuden los jóvenes "para colocarse y estar al loro" -tal como dijo un alcalde de Madrid, animando a los chicos a "meterse"-. Todo bajo el consentimiento de unos padres que muy pronto tendrán que ver como parte de su prole ha caido enferma (por el consumo de estupefacientes, por el abuso de alcohol; o simplemente, por creer que "eso" es un concierto y que aquel ruido, era música). Pero eso sí: Los que estudiamos a diario, buscamos la calidad en el arte, "no nos metemos de nada" y "no nos lo montamos"... ¡Somos idiotas!.
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SOBRE ESTAS LINEAS: Fachada de la Fundación Albeniz (Instituto de Música Reina Sofía) en la madrileña plaza de Oriente (a muy pocos metros del Teatro y Palacio Real. En su entrada podemos ver el lema "Nulla ethica sine aesthetica" (ninguna ética sin estética). Proclama que creo mejor habría sido invertirla en su composición; habiendo tenido más sentido a mi juicio escribir en este caso: "Nulla aesthética sine ethica" (ninguna estética sin ética). Aunque quizás hayan caido en el paradigma de la frase original romana de la que surge el lema y que es: "nulla pena sine legem" (ninguna pena sin ley). Intentando igualar la ética a la estética, del modo en que los legisladores romanos justificaban la punibilidad, con leyes que la regulasen.
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Sea como fuere, el hecho cierto es que este aforismo une la ética a la estética, algo que ya no podemos dar como cierto. Pues casi todas las artes (a excepción de la música clásica) están maquilladas, falsificadas o retocadas. Tanto que actualmente tan solo los concursos de belleza y las competiciones deportivas, impiden las operacines quirúrjicas, los anabolizantes o el dopping; mientras el resto de actividades unidas a la estética (principalmente las artísticas) viven llenas de falsedades, engaños y retoques. Todo lo que ha convertido el arte en un verdadero caos, en el que "todo vale" y en el cual el final y lo que más se persigue es el éxito, la fama o el negocio. Algo que para nada tiene que ver con la estética, ni menos con la ética; tal como el lema de esta Fundación Albeniz marca; haciéndonos ver que al menos en la música clásica, todavía la estética tiene ética.

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ABAJO: Cementerio santuario de Tsukíono, donde se encuentra la tumba de mi suegro y donde desearía descansar el día que "me toque". Allí me gustaría estar para siempre, en esta tierra del Japón, que valora tremendamente "el Gambaru". Junto a quienes saben diferenciar la calidad, del éxito; y entre quienes distiguen la belleza espiritual, de la capacidad de adaptación. Unos valores que en Occidente han quedado marginados, de un modo tal que nos será difícil explicar a un chico joven que lo importante en la vida no es lo que se hace, sino cómo se hace. Aunque son hechos muy fáciles de entender, pues basta decir que un buen agricultor es una maravilla para su tierra; mientras que un mal médico es una maldición para sus pacientes (o un mal ingeniero, supone un lastre en su empresa). Algo que en Japón parece estar muy claro, pero no tanto en Occidente, donde todos desean que sus hijos sean ingenieros o médicos; pese a que los pobres chicos no tengan vocación alguna de ejercer esas difíciles profesiones. Llegando a crear las familias (y las Universidades), verdaderas generaciones infelices; lo que quizás se arreglaría dejando que cada cual se dedicase a lo que más le guste. Sin obligarnos al éxito y menos aún a estudiar lo que mayor prestigio y dinero pueda darnos -a menos que tengamos vocación-. 

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. 6) La Mili y los idiotas:
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Como bien decía unos párrafos más arriba, llegamos en el año 1979 a la Universidad, en un momento en que la Complutense era un hervidero de movimientos sociales e intrigas. Tristemente, a los de mi época la política nos daba bastante igual -pues habíamos vivido la adolescencia casi en plena Democracia-, un hecho que hizo vernos como "marcianos" a las generaciones anteriores. Alumnos mayores que nosotros y profesores de la facultad, de los que muchos llevaban decenios en lucha con las autoridades. Habiéndose creado una Universidad donde la política era el tema más común para tratar (al margen de la enseñanza), y donde la policía llevaba años entrando día sí y día también -cargando o vaciando Asambleas y reuniones-. Teniendo por entonces gran parte del profesorado una filiación política muy clara (de izquierda bastante radical), aquel que llegaba allí y no presentaba interés por los movimientos sociales, por las movidas y las manifestaciones... Era tomado como un idiota.
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Pese a todo, no supimos nunca a ciencia cierta los ojos con que nos miraban aquellos docentes o los alumnos mayores; quienes en su gran mayoría habían comenzado sus andanzas universitarias lustros antes, enfrentándose casi a diario a los llamados "grises". Unos guardias que vigilaban las puertas de las facultades metidos en sus furgonetas, llamadas "lecheras". Denominación que no se debía a que aquellos vehículos de color blanquecino fueran casi iguales a los de las empresas dedicadas al reparto de productos lácteos; sino porque dentro de esas "lecheras" iban los "grises" con sus porras y a cada momento salían de allí repartiendo "leches". Aunque con el tiempo nos dimos cuenta que para las generaciones anteriores -nacida en los años cuarenta- éramos unos bobalicones. Tontainas a los que solo les preocupaba ligar, bailar, ponerse hasta arriba de lo que fuera; y buscar una profesión con el único fin de intentar ganar dinero (o tener éxito). No siendo mucho mejor el concepto que de nosotros tenían otros no tan mayores. Quienes sin pertenecer a esos nacidos en los años cuarenta y que por entonces "cortaban el bacalao" (en la Universidad y fuera de ella); tenían unos diez años más que nosotros y nos veían como un grupo insípido, crudo, falto de gracia y sin interés ni compromiso social.
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Así llegamos a una Universidad, por entonces plenamente politizada y en verdad encajamos muy poquito con lo que allí veíamos. Pues nuestro interés por las movidas, las manifestaciones o la lucha política, era ínfimo; ya que como digo, habíamos visto la Democracia desde casi adolescentes. Siendo clasificados por ello como una generación de tontos, el asunto se agravaba cuando vieron que una gran parte de estos chicos de mi tiempo se drogaban -y que tras ello, su único interés era ir a patalear a los conciertos de Rock-. Teniendo tan solo como afición el fútbol (los más sanos); un deporte denostado por los intelectuales de entonces. Por lo demás, fue cierto que en su mayoría, esos nacidos en los sesenta no tenían grandes intereses culturales. Tal como se demostraba cuando apenas se veía gente jóven -de mi edad- por los ambientes literarios, en cafés como El Gijón, o en las tertulias de sabios, pintores y poetas. Todo ello hizo que nuestros antecesores nos etiquetasen como una panda de incultos (no sin motivo, pues fuimos los primeros en consumir televisión, deportes de masa, música "chunda-chunda" y en leer tebeos).
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Con esas perspectivas evidentemente no teníamos mucho lugar en la Universidad (más que al estar allí de paso); dándose una situación social en la que además ya no había muchas disculpas para protestar. Ni siquiera para evitar ir a La Mili, ya que España era una nación democrática. Así que entre mis amigos (a excepción de algún caradura) casi nadie se planteó siquiera lo de hacer el Servicio Militar, y todos fuimos porque era nuestra obligación. Por lo que al llegar a los veinte años (de una forma o de otra; poco antes o poco después); todos fuimos a cumplir con lo que nuestra Nación nos mandaba. Sin reclamar y sin rechistar en la gran mayoría de casos, solo protestando un poco por los quince meses de vida que debíamos pasar en el ejército. Y si allí nos mandaron, allí acudimos; tocándome a mí Andalucía, donde hice dos meses de campamento en Córdoba y el resto de Mili, en Sevilla. La lejanía con casa (cuando no había ni móviles ni ordenador) era mucha, así que me dieron la oportunidad de venir a Madrid en Navidades y en vacaciones -como chófer del Capitán General-, y lo hice sin dudarlo un momento. Luego, comentaban que ir con aquel general era más que peligroso; pero a mí con tal de volver a Madrid, ver a mi familia y salir un poco del cuartel de Sevilla, me parecía todo una maravilla.
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Sea como fuere, los de mi generación cumplimos con nuestra obligación, aunque los de las anteriores nos vieran como bichos raros haciendo la Mili, o viviendo sin protestar. Pues en verdad, una gran mayoría de los mayores a nosotros se las habían ingeniado para librarse del ejército; reclamando que tenían los pies más planos que un oso, más dioptrías que Rompetechos, o cualquier parte del cuerpo a la virulé (sobre todo si eran "progres"). Pero entre nosotros esa costumbre no existió, y a excepción de los muy caraduras, el resto hicimos lo que nos mandaban. Así que al volver de cumplir con aquella obligación, trás meses leyendo en Andalucía sobre Tartessos, decidí intentar ingresar como profesor en Derecho. Preparando lo que se llama "un paper", que consiste en un borrador tesis y que en mi caso trataba sobre las leyes antiguas de Tartessos. Tesina que tras haberla terminado hice llegar a algunas personas y profesores universitarios; algunos de los que me dijeron como el trabajo era muy malo y que no despertaba ningún interés académico (provocando ello mi desánimo).
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Aunque aquel estudio no debió ser nada "flojo", pues dos años después me lo encontré casi igual (en redacción y forma) pero publicado y firmado por otra persona -un profesor que me lo había "calcado"-. Sin poder reclamar nada (porque no lo había dado de alta en Propiedad Intelectual), tuve que leer mis propias palabras, impresas por una de las mejores editoriales y firmadas por un tercero. Pero como la vida y el Mundo es muy pequeño, veinte años después conocí precisamente al presidente de aquella editoríal (un hombre mayor y que parecía responsable); quien incluso quiso venir a conocerme y a viajar por Japón conmigo. Allí le conte el caso y me pidió mil disculpas por lo sucedido, argumentando que no supo nada en su momento. Aunque curiosamente, a los pocos meses de ese viaje, vi que aquella misma empresa había tenido a bien reeditar ese libro -cuyo presidente ya sabía estaba copiado-. Todo lo cual me demostró una vez más que pertenecíamos y que pertenezco a la generación de los imbéciles... . Aquellos a los que la política no nos importó; por lo que estamos destinados al ostracismo.
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SOBRE ESTAS LINEAS: Pendón o estandarte que llevaba el coche que conducía en La Mili y que me regaló el Capitán General (tras terminar mi servicio militar). Lo conservo con mucho cariño pues se trata de un guíon del Inmemorial; uno de los regimientos más antiguos de Europa, que fue fundado por Don Juan de Austria en recuerdo de Lepanto. Allí, en sus cocheras de Paseo Moret guardábamos el vehículo del general, que era "camuflado" como particular, sin poder ponerle estandarte ni señal alguna. A mí, igualmente me dieron órdenes de ir vestido de corbata, pero de paisano (para no levantar sospechas y ante las amenazas). Todo aquello para un chico de veintiún años era muy entretenido, sobre todo porque cuando salía cada mañana del aparcamiento, me saludaban los oficiales pensando que era yo un alto mando -al verme con un cochazo allí aparcado-. Solía estar en aquel patio un sargento que me daba unos taconazos y se cuadraba frente a mí, con una marcialidad que me encantaba. No quise nunca "quitarle la ilusión" (comunicando que yo era un simple soldado-chófer) así que le hacía un gesto con la manita, para que descansase, cada vez que ese suboficial se me quedaba al lado más tieso que una momia.
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Pero resultó que un día llegué a recoger las llaves al cuerpo de guardia y aquel sargento estaba de servicio. Al verme entrar se levantó con respeto volviéndose a cuadrar marcialmente; ante lo que yo le dije atemorizado: -"Descanse, por favor..."-. Tras ello le entregué la documentación con el fin de que me diera las llaves, pidiendo a Dios que no leyese los datos al completo. Pero no fue así y al ver que yo era un soldado, dijo en tono adusto:
-"¡Me cago en tu estampa!. ¡Si eres un puto chófer!"-.
No sabiendo qué hacer, yo eché a correr hacia el coche reclamando que no me arrestase, que me estaba esperando el general... . Mientras, aquel sargento me seguía gritando:
-"Te voy a cortar los cataplines... Y lo que más me molesta es el cachondeo que te has traido con lo de la manita; lo de bajar la manita que hacías, para que descansara. Y lo de esta mañana; tienes la cara de decirme lo de, que descanse... . ¡Te los voy a rebanar con las llaves del coche, cacho mamón!-"

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Finalmente la cosa quedó en agua de borrajas; el sargento se calmó, me entregaron las llaves y salí como pude de aquel Inmemorial del Rey, del cual aún guardo su estandarte.

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